Eduardo Chirinos escribió veinte libros de poesía entre los 18 y los 55 años: libros de gran calidad y variedad de tono, forma y tradición. Los reunió en dos grandes volúmenes que ojalá vean la luz pronto. Comparto aquí uno de los más difíciles de conseguir: Catorce formas de melancolía, una plaquette publicada en Mallorca y en Lima en 2008 en tiradas discretas, e incluido luego completo en su bella antología personal, Catálogo de las naves (Lima, 2012).
Hay que añadir ahora una forma más de melancolía: la melancolía por aquellos días cuando llegaba al correo electrónico un manuscrito nuevo de Eduardo o un libro impreso desde Missoula y uno lo abría con emoción y con impaciencia porque, al contrario que con otros poetas, uno no tenía la menor idea de lo que había dentro. "Nunca
amenazado por los
fantasmas de la esterilidad. Tampoco por los de la repetición." Así era Eduardo.
Catorce formas de
melancolía
Melancholici dicuntur qui
uni potiffimum cogitationi
conftanter affixi circa
semetipfos aut ftatum
fuum delirant, de cæteris
objectis ritè rationantes.
Boissier de Sauvages
(Nosologia Methodica, 1763)
1
Oír cantar de noche un pájaro. Un pájaro
en las ramas de un árbol cualquiera:
alerce,
pino, álamo temblón. Ser por esa noche
el pájaro. Sólo por esa noche
la ventana cerrada. La soledad. El viento.
2
Una vieja melodía hiere los oídos.
No queremos escucharla, pero
insiste. Llama a nuestra puerta,
dice en voz baja soy un cuerpo
¿por qué no me tocas? y en sueños
la tocamos.
Al despertar
se ha ido para siempre. La hermosa
melodía que creímos olvidada.
3
¿Qué mentira se oculta detrás de la verdad
y nos ofrece la belleza?, ¿qué verdad
se oculta detrás de la mentira y nos ofrece
piedad? Piedad. Sólo aguardamos piedad.
Nunca la belleza.
4
Piensa que estoy aquí, que nunca
viajé a ninguna parte. Piensa
que jamás nos separamos, que jamás
te fuiste. Que el esplendor fue nuestro,
nuestra también la oscuridad. Toda orilla
es puente y todo puente un desarraigo.
Una eterna y silenciosa fiesta de amor.
5
Si tomo una flor y le pongo tu nombre.
Si tomo tu nombre y le pongo una flor.
Y si me asomo a la ventana y digo
cualquier cosa «eclipse» por
ejemplo
o «plenilunio» el cielo se
abrirá
en dos como tu nombre. Pero llega
la oscuridad y me deja sus palabras.
Sus viejas y siempre inútiles palabras.
6
Falta de tono es falta de armonía.
El pie en falso, el movimiento
esquivo, la rima fácil y engañosa.
Siempre lo supe:
no hay correspondencias. Todo es
porque no puede ser de otra manera.
La forma que imaginamos con tono,
con pasión, con armonía.
7
Llegar a alguna parte no significa
abandonar otra parte.
Arraigar
en un país no cura las heridas
del país que abandonamos.
Balbucear otras lenguas no
nos impide balbucear la nuestra.
La palabra que elegimos
no borra la palabra que ocultamos.
8
Una hormiga carga con esfuerzo
una hoja.
La hoja es enorme
y multiplica su tamaño. Se trata
de un deber inevitable, de una
obediencia atávica.
Detrás de ella
idénticas hormigas cargan idénticas
hojas. Mañana repetirán el rito,
su razón de ser que ignoro.
Pronto cumpliré cincuenta años.
Pienso en la hormiga.
En su ciega danza hacia la muerte.
9
Nunca te lo
dije. Después de
tantos
años lo confieso: soy la morsa.
De
noche, mientras duermes, viajo
aguas
arriba. Mis colmillos rompen
el hielo
azul del ártico, mis bigotes
anuncian
la dirección del viento,
el lugar
exacto de mi presa:
un pulpo,
un
cardumen asustado, un narval viejo.
Mañana,
cuando despiertes,
me
hallarás tendido bajo el sol.
Los ojos
abiertos, comidos por los pájaros.
10
¿Alguna vez te
preguntaste si el espejo
no
invertía las formas del placer? A veces
puedo
verme en tu mirada. Sólo entonces
vuelvo a
ser quien era: sola en mi caballo,
la infinita llanura al frente. La brisa
del mar
negro a mis espaldas.
11
La página donde Beatriz muere cada
noche. Los pechos de Helena en las
manos de Paris. El pañuelo envenenado
de Desdémona. El canto de la alondra.
Los atardeceres de Ovidio en Tomi.
Las mañanas sin luz del prisionero.
La noche que se va sin decir nada.
12
Un galeón cuelga entre las ramas
de una selva indiferente.
Un muchacho
se asfixia bajo el peso de la mujer
pelirroja. En Malmö un caballero
juega ajedrez con la muerte. En París
una muchacha traiciona por amor
a su amante. En Alaska un vagabundo
simula un ballet con tenedores
y con panes (¿recuerdas esos panes?)
Y se queda dormido sobre la mesa fría.
13
El mundo envejece.
Los viejos poetas cantaron las flores,
los rayos de sol, las hojas secas, el ardor
siemprevivo de la nieve.
Pero un día
decidieron callar. O cantar otras cosas:
el rubor de tus mejillas, el dolor
de los placeres, la hondura del silencio.
La máquina absurda y ciega de la historia.
Y el mundo envejece. Mira las flores,
los rayos de sol, las hojas secas, la nieve.
14
El entusiasmo atroz de la serpiente, el
miedo del ratón en el tintero. No lo sabes.
Cada noche la oscuridad borra tus palabras
y acrecienta el deseo. Nadie lo sabe.
El ratón ama a la serpiente y la serpiente
sueña aturdida como el mar. Como tus ojos.
[En 1763
el médico y botánico francés François Boissier de Sauvages publicó en Amsterdam
los cuatro volúmenes de su Nosologia
Methodica. En el Capítulo XIX del
apartado «Genera et species», Boissier
distingue trece formas de melancolía: la ordinaria, la amatoria (que también
llama erotomanía), la religiosa, la imaginaria, la extravagante, la atónita, la
vagabunda, la danzante, la zooantrópica, la escita («que afecta a los que se creían transformados en
mujeres»), la
del tedio (que llama graciosamente «Melancholia Anglica»), la licantrópica y, por último, la entusiástica. Cada una de
ellas se encuentra ilustrada con ejemplos provenientes de la literatura, la
historia y la medicina clásicas. ¿Por qué entonces catorce y no trece? Porque
la primera mención a nuestro autor la encontré en una página de Jacques Attali,
donde se refiere al ruido como una terapia de las «14 formas de melancolía». Consultado el original de Nosologia Methodica, descubrí que Boissier registraba
solamente trece. Pero la seducción ya estaba hecha y catorce era el número
necesario para el endecasílabo. Además, como señala Borges en una nota al pie
de página, en boca del melancólico Asterión «ese adjetivo numeral
vale por infinitos».]
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