domingo, 22 de septiembre de 2013

Dos monos

Objetos a la intemperie


Un mono de verdad
sentado sobre una roca,
pero con corona.
El grado cero de la mitología,
como supongo que lo imaginan
muchos hindúes.
Tiene un aspecto de mono de feria
que lo acerca al creyente más humilde.
Quizá si a mí me hubieran dicho de pequeño
que dios era un monito de feria,
hubiera creído en él;
a lo mejor, de todas maneras, no.
Ya sé que hay representaciones
más complejas del dios mono,
pero a mí me ha gustado siempre ésta.
Lo ví en un libro que acumulaba polvo
en una librería de viejo holandesa.
El libro trae también la foto del mendigo
que aparece en el Mono gramático.
Sí, compré el libro por nostalgia
de la primera vez que leí el Mono
y también porque se acerca a la imagen
de Hanuman aporreando la máquina
en la Tierra roja de Chandra.
Me reconfortó pensar
que el camino de Yalta
también pasaba por esa librería
del Spui de Amsterdam
y que mi costumbre
de acumular en mi casa objetos
salvados de las bodegas
o la intemperie
quizá me reportara al menos
este consuelo:
ver monos de verdad
sentados sobre una roca,
pero con corona.



Manos de barro


En el escritorio tengo un mono de barro.
Es gordinflón y calvo, plácido como conviene
a un mono de la manada de Epicuro.
Pierde cada vez más brillo y le cuesta
sostener el lápiz que tiene como adorno
entre las manos. A veces lo pongo a prueba
y le retiro el lápiz para ver si recae
en su estado gutural de mono analfabeta.
Pero es un mono fiel: cuando vuelvo a ponérselo
lo sostiene otra vez con algo que se parece
a la dignidad y a la alegría. Es un mono fiel
de la manada de Epicuro, con manos de barro,
con un lápiz y con pensamientos que no comparte.


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* De Una fe provisional. Poesía 1992-2012, Cáceres, Ediciones liliputienses, 2013.

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