sábado, 3 de agosto de 2013

Mixcoac está en otra parte

El locus classicus es - cómo no- de Octavio Paz:

Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas, 
un antifaz de sombra sobre un rostro solar. 
Vino Nuestra Señora, la Tolvanera madre. 
Vino y se lo comió. Yo andaba por el mundo. 
Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire.


En esa época Mixcoac era realmente un pueblo, conectado por tranvía con la Ciudad de México. Quien se lleve bajo el brazo la bella biografía de los años tempranos escrita por Guillermo Sheridan (Poeta con paisaje, México, ERA, 2004) puede hacer fácilmente un recorrido paciano por la entonces calle de Gómez Farías, donde hay hoy una residencia de Dominicas, por la Primaria de Varones (hoy la Secundaria 10), la Iglesia de San Juan Evangelista u otros lugares memorables (bueno, memorables para quien haya leído con devoción la poesía de Paz). Yo viví un poco más arriba de Río Mixcoac durante muchos años, en las Torres de Mixcoac, cuando era niño, primero, y al estudiar en la Universidad, después. Nunca vi a Octavio Paz por ahí (la redacción de Vuelta se había mudado ya a Coyoacán) pero a veces veía a un señor de barba blanca y gorrita que llegaba en un coche (¿blanco?) a la unidad habitacional. Era Hugo Gola, que vivía en el edificio de al lado, en el A-8. Nunca lo supe, hasta que hace unos años me suscribí a El poeta y su trabajo, la revista que dirigía, y ví la dirección del sobre.

Ahora se ha ido de vuelta al Uruguay. Turbado por el descubrimiento de que en Mixcoac estuvo el célebre manicomio de la Castañeda, escribió un largo poema, en el que dice:

[...] revolotea
una sombra
                   incierta
por la plaza blanca
y por las altas torres
construidas junto a
los mismos árboles
                   persiste
el aire vacilante [...]
los hombres
                   no soportan
                   tanta irrealidad
tantos ojos extraviados
              sobre los vidrios
                                  frágiles...

También Eduardo Chirinos estuvo viviendo en Mixcoac un año y de esos humos lejanos dice:

Lo leí en el azulejo de una casa: «Donde
veneran la serpiente de nube». Luego
hay un dibujo: tres serpientes disparando
veneno de sus lenguas, enroscadas con lujuria
sobre un fondo estelar. El azulejo indicaba
el nombre de la calle y un número rojo
terminado en siete. Al fondo escuchamos
el ladrido de un perro, el siseo continuo
de los automóviles que se dirigen al sur.
Nosotros íbamos al cine. Estábamos tarde
y apenas nos detuvimos a registrar el dato.
Cruzando la calle hay un brocal de piedra.
Seis víboras arrojan agua de sus bocas,
nada que recuerde su origen mitológico.
Ni siquiera las nubes, que oscurecen de
cuando en cuando la ciudad. Ni siquiera
las plumas, el torpe y degradado vestigio
de sus alas. Atadas a la tierra nos contemplan
con odio. Sus ojos desgarran oscuridad y
silencio. De noche no nos dejan dormir.


Aire vacilante y serpientes que quieren volver a volar: Mixcoac siempre parece estar en otra parte, pero me lo encuentro de vez en cuando en la literatura, que también está en otra parte.




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