domingo, 21 de julio de 2013

Misterio y claridad de Carlos García Miranda



CGM al otro lado de la mesa (2011)

…la llama que arde con la vela, no la vela…
- Eugenio Montejo, Lo nuestro.

Carlos García Miranda (Lima, 1967-2012) falleció inesperadamente hace poco más de un año, dejando una obra ya consolidada y una buena cantidad de inéditos. Profesor de la Universidad San Marcos de Lima, filólogo, novelista, editor y poeta, de natural inquieto y curiosidad mordaz, su obra apenas comienza a ser valorada críticamente. Estas notas recuerdan al amigo y ofrecen algunas claves de su trabajo.


Incluso para sus más cercanos, Carlos García Miranda era un misterio de un tipo raro y fino: el misterio que proviene de la claridad y hacia ella se dirige. Hablaba poco de sí mismo, por no decir que no hablaba nada; daba poco a leer su propia obra, por no decir que no la daba, por igual la inédita que la publicada; hablaba poco de su investigación literaria, por no decir… Bueno, ¿qué quiere decir poco? Poco quiere decir lo suficiente para que uno supiera de sus muchas aficiones y las compartiera, estuviera al tanto de sus proyectos editoriales y se entusiasmara con ellos, se riera de los chismes del ambientillo literario limeño o madrileño. Pero nada más. Uno sabía de Polo de Ondegardo, de Huamán Poma y de los enigmáticos manuscritos milaneses que constituían su investigación literaria. Sabía también de sus cuentos y de sus novelas y poemas, de sus anotaciones en los varios blogs que a veces ponía al día; sabía de sus planes para publicar sus trabajos e incluso de los materiales que preparaba para sus clases en San Marcos, pero después de charlar con él varias veces a la semana había algo elusivo y muy vivo que se iba en medio de la conversación hacia no se sabe dónde, un resquicio inaccesible. Con el tiempo, con una amistad de por medio y con toda su obra leída, uno acababa por entender que eso elusivo y a la vez claro era la materia de su narrativa y de su poesía.

Los dos libros de narrativa publicados por Carlos García Miranda, Cuarto desnudo (Lima, Dedo crítico, 1995) y Las puertas (Lima, Dedo crítico, 2002) giran en torno a un tema casi único; la relación entre el adentro y el afuera. Los personajes que aparecen en la novela, y en particular el principal, Martín, un escritor primerizo que nunca termina su libro, transitan entre espacios cerrados, casi siempre asfixiantes, y espacios exteriores más bien fantasmales, parecidos quizás a Lima, a la Lima moderna que se inventó con La ciudad y los perros, una ciudad que tiene tanto de realismo sucio como de melancolía criolla. En la transición de un ámbito a otro, en ese resquicio dudoso, García Miranda veía un espacio estético y ético. Los personajes de Cuarto desnudo, seres marginales que viven por y para la calle, que se asoman de vez en cuando a una plaza donde atenta Sendero Luminoso y que luego se refugian en una interioridad de cuartos raídos, sufren una dislocación temporal (viven en un tiempo que no les gusta), espacial (el resquicio) y anímica (la desnudez). El que para mí es el más logrado de los nueve cuentos del libro, Ventana doble, logra que el lector perciba esas dislocaciones desde la perspectiva del propio personaje:

"Sentado al borde de su cama, Aníbal Lam miraba ensimismado la ventana. De pronto no le pareció que fuese tan solo una ventana, sino también un cielo por donde surcaban frágiles nubes que eran como sombras o como ríos subterráneos [...] Súbitamente Aníbal Lam se imaginó que abría la puerta y salía hacia la plaza y se sentaba sobre un banco de cemento. Frente a la plaza había una iglesia [...] Se imaginó la voz del párroco, el brillo metálico del cáliz, la música envolvente del órgano [...] Se imaginó todo aquello, pero luego cerró los ojos espantado porque también había imaginado el desmoronamiento súbito de los iconos, los capiteles, las columnas. Luego, como entre brumas, Aníbal Lam entrevió la figura menuda, frágil, de una niña que corría tras unas palomas grises. Entonces se imaginó que la niña se hacía mujer y que ya no corría tras palomas grises, sino tras él y que juntos se escondían y huían hacia el ropero de la infancia [...] Súbitamente todo fue tragado por la acumulación incesante de rostros, de gente que caminaba, desesperada, de un lado para otro [...] De pronto, un puño enorme surgió de entre ese marasmo de cuerpos y voces, golpeando algún lugar de su cabeza, dejándolo estático. Cuando reaccionó, se encontraba en medio de su habitación, bocabajo, en el piso, entre un montón de periódicos húmedos y sucios. Se levantó, vio la puerta entreabierta. Vio también la figura enorme de la iglesia, a una niña jugando en medio de la plaza, a una pareja apretándose desesperadamente contra un árbol inmenso, y más lejos, a un grupo de gente amontonándose alrededor de un titiritero."

El lector asiste, en tres páginas, a la proyección hacia afuera y hacia adentro del personaje y puede casi verlo, como si fuera un cortometraje. La condición plástica de la narración de García Miranda, algo que tiene en común con autores contemporáneos que lograron ir más allá del realismo sucio gracias al cine, como Bellatín o Fadanelli, es una de las señas más atractivas de su escritura, que está llena, por otra parte, de guiños para los iniciados. Pero no hay nada de ese irritante filmografismo technicolor de alguna novelística reciente hispanoamericana: todo es blanco y negro. O más bien, el espacio gris entre uno y otro.

Ruido adentro, un cuento no recogido en libro (http://www.ficticia.com), ilustra con admirable precisión y brevedad ese espacio gris, encarnado en una mujer que siente ruidos por la noche:

"En la madrugada ella sintió un ruido tras la puerta de su habitación. Un ruido en el corredor. Esperó unos segundos arropada en su cama. El ruido continuaba ahora en la sala. Estaba segura de que era en la sala. Entonces se levantó. Fue hacia la puerta. Se apretó contra ella. El ruido seguía. Esta vez en la cocina. Ella volvió a su cama. Sin éxito buscó algo en su velador. Insistió debajo de su cama, su almohada, entre sus sábanas. Nada. Luego, terminó quedándose mirando largamente la puerta. Al otro lado, el ruido proseguía en toda la casa."

El espacio cerrado y el ruido adentro a veces da paso también a una realidad cáustica y alucinada. Cazadores, otro cuento de 2003 no recogido en libro (http://www.ficticia.com), narra la delirante historia de la imprenta portátil con la que un grupo de autores consagrados maldice y fagocita a los autores nóveles mediante la publicación de míseros tirajes.  El afuera de ese cuento (como ya el de los publicados en Cuarto desnudo) no es un afuera oxigenado y agradable, sino inquietante y un tanto inútil. La dicotomía de los dos espacios es más visible, si cabe, en la novela Las puertas, que no en vano lleva como título ese instrumento limítrofe que separa el territorio personal del colectivo, el espacio privado del público. Los diferentes fragmentos (setenta), bien conciliados en la estructura general, narran las idas y venidas de un joven escritor, muy parecido a ese que aparece luego en Cazadores, en la escritura de un libro interminable (23, p. 58):

"He leído el manuscrito de mi libro una vez más. ¿Qué decir? Tal vez que está incompleto. Le faltan los olores que sentí mientras lo escribía. Esos olores de las plazas públicas, las aulas, los bares, mi cuarto, aquel baño en ese cine maloliente y el cabello de C. También las voces. La de la gente, mis amigos, mi viejo, mi hermano, mi voz y otra vez C. Y podríamos agregar mis visiones. Una calle que se bifurca en la mirada pastosa. El sol sobre los cables de luz haciendo chispas sobre mi frente sudorosa [...] Es un libro incompleto. Le falta mis ojos, mi boca, mis orejas, mi estómago, mi mente, mis riñones. Le falta mi humanidad. ¿Y entonces qué debo hacer? ¿Pedirle la copia a Bellini? ¿Retirarlo del concurso? ¿Llevarlo a la playa y lanzarlo al mar? ¿Quemarlo en mi cuarto y yo con él?"

El constante recurso de mise en abyme que Garcia Miranda toma con sorna del Nouveau Roman, que es la fuente, aunque sea a modo de caricatura, de Las puertas, le permite olvidarse del tiempo y a veces incluso de la narración en cuanto tal. Y le permite también una buena dosis de ironía que ya apuntaba en los cuentos del libro anterior. Los relatos de ambos libros son inquietantes y deben mucho a las técnicas del género negro que García Miranda conocía bien y trasladaba a situaciones cotidianas. El único cuento de ese género tout court publicado por el autor es totalmente irónico: las peripecias de un asesino que se queda con el perro de su víctima (Antología del relato negro, vol. III, Madrid, Ediciones irreverentes, 2011).

Pero es en su poesía, publicada escasísimamente, donde García Miranda daba más libertad a su productiva oscilación entre los espacios cerrados y los abiertos, tal vez porque el propio género soporta un grado mayor de paradoja. Dice en el poema Monólogo de un pájaro cruzando la lluvia:

Soy un pájaro, créanme
Sin alas ni plumas
Tan solo un par de patas cortas e inútiles
¡Pero cómo vuelo!
Corto con la punta de mi pico cielos
Multicolores
Nadie atrapa mi húmedo paso por el mundo

Soy un pájaro
Cuando miro el cielo desde esta altura de años
Y no temo caer

Mis alas de náufrago
Se hunden en la lluvia tierna
Y flotan
Como un raro vaho cortando el viento.

No en vano los únicos poemas publicados por García Miranda, Girasoles rojos y otros poemas, en el libro colectivo Relatos de tus poemas (Madrid, kit-book, 2011),  forman parte de un proyecto más amplio titulado Alado en tierra, iniciado en Lima a mediados de los noventa y rehecho, ampliado, reducido y meditado una y otra vez. En ese libro, presidido por la paradoja del título, el espacio gris que en la narrativa estaba simbolizado en las puertas está ocupado por el aire, la altura, el arriba y el abajo. Otro de los poemas:

Caída libre

La torre más alta del mundo está en Lima
Es tan alta,
Que se te va la vida en contemplarla por entero
Más aún
Los pocos que logran llegar hasta su cima
Ya no regresan
Se siguen de frente al paraíso

Misteriosa esa torre de aire tan fino y cortante que te saca definitivamente del aquí abajo y te lleva al allá arriba sin vuelta. Ya en un fragmento de Las puertas (15, p. 45) estaba esa aspiración, cortada allí por el diálogo de los personajes. En el poema, sin embargo, está directa y clara, como quizá García Miranda la veía.

Ahora mismo, leer la narrativa y la poesía publicada de Carlos García Miranda - hay inédita al menos una novela completa, El hombre de Pompeya, que formaba parte de un proyecto narrativo muy ambicioso- nos entristece por la obvia perspectiva de tener que verla ya como una obra cerrada; injustamente cerrada como ocurre con los escritores jóvenes que tienen un proyecto meridiano, nítido, bien cimentado, como éste, y que no hubo tiempo de completar. Pero con el tiempo, otra perspectiva se impondrá, la del lector sorprendido ante la claridad de esa obra y el misterio de ese proyecto. Misterio y claridad, al fin y al cabo, son los dos extremos entre los que se mueve la literatura, no hay mucho más.






* Publicado originalmente en el Fondo Documental Prometeo y en Red Literaria Peruana.

2 comentarios:

  1. Estimado profesor,
    en esta tarde de noviembre, cuando han pasado ya más de dos años, he sabido de la partida
    de Carlos.
    Lo conocí en nuestra biblioteca, la de filología, creo recordar que allá por el 2005 (o 2006).
    Le gustaba mucho lo de pasar horas y horas en cafés, y siempre lo he recordado con un
    hambre voraz de literatura. Hablábamos de ello, y también de música (nos encantaba Dylan),
    incluso de la monarquía (parecía ver con muy buenos ojos la que aquí tenemos).
    Creo que más de una vez dejó un libellus sin terminar; en una ocasión me dio el borrador de
    una novela corta que parecía traerlo de un lado a otro, como zarandeándolo. Aún lo conservo,
    y si lo desea se lo puedo entregar.
    Era serio, pero le gustaba bromear, al menos así lo recuerdo. Por un cumpleaños me regaló
    un librito de Houellebecq: sentía un gusto fino por algunos autores franceses.
    Una vez insistió en invitarme a un viaje a París, que nunca tuvo lugar, para que lo acompañase
    creo que porque no quería ir solo... en fin, sólo iba a llevarle las maletas...
    le mando un saludo cordial.
    L.C.R.

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    1. Gracias por el ofrecimiento: todo original de Carlos me interesa. Yo puedo hacerlo llegar a los titulares de sus derechos para que hagan con el material lo que crean conveniente. No sé cómo comunicarme contigo, pero en mi página de la Universidad aparece mi correo electrónico institucional, que puedes usar: http://diarium.usal.es/lguich/pagina-personal-de-luis-arturo-guichard/
      Saludos y gracias.

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